Te he regalado
un pintalabios rojo
para que adornes
lo que mordería gozoso.
Pero es inútil embellecer
lo ya perfecto.
Así pues
úsalo para el cristal
de despedida.
Dibuja mi corazón roto.
Hemos paseado
tus calles azules
separados por el sacramento
bajo luces de fiesta.
Miramos -o no-
escaparates
en silencio.
Y al fin nos conjuramos
para pasearlas
como dos corazones
que son, en verdad,
uno sólo.
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