jueves, 24 de octubre de 2013

Escena y 1

Un niño juega a mi lado y mira ensimismado la pipa que humea en mi boca.

Le supondrá novedad y extrañeza.  Una sorpresa en su corta vida,  una rareza a la que no consigue ponerle explicación. 

Como para todos, la imagen mía resulta estampa antigua, anacrónica, desusada.

Un hombre insólito, fumando en pipa  y leyendo un libro, o emborronando las cuartillas con minúscula caligrafía, que va desgranándose surgiendo de la estilográfica, esa vieja Watermann que me acompaña en mis escritos y ocurrencias. Ajeno a teléfonos móviles, tabletas cibernéticas y demás prodigios.

Le sonrío.

Ojalá pueda él, mayor, seguir sorprendiendo la mirada limpia y transparente de un niño, cualquier día de los por venir.

Aunque me temo que los fumadores seremos entonces, como ahora, especie en extinción, blanco de prohibiciones, sujetos de no derechos, números de estadísticas falaces y burócratas, enfermos diagnosticados por la política correcta y civilizadora. Y los fumadores de pipa, qué decir; los últimos guardianes de extintas tradiciones,  de viejas palabras, de antiguos ritos.

Los libros, el recuerdo de sus tiempos mozos, objetos de museo, extravagancia increíble de sus abuelos.

Dicen que el mundo prospera y que la modernidad y la civilización están cada vez más presentes,  más extendidas.


No estoy muy seguro de eso, pienso, mientras humea la pipa y la vieja pluma me acompaña en la tarde otoñal, ante la atenta e ingenua mirada de un niño.


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