La camarera de mi otro bar de
todas las esquinas también exhibe anatomía y dulzura.
Es una voluptuosidad en
movimiento, una sonrisa en el aire, una imagen prendida en la imaginación.
No sé cómo se llama, pero le he
puesto por nombre Eleanora o Isadora,
nombres elegantes, con reminiscencias de sexo aún por despertar,
lujurias contenidas y prometedoras, lencería de encajes finos, mañanas de
desayuno en suite suntuosas y alfombradas, de tardes abandonadas entre copas de
champaña y frío centroeuropeo.
Por supuesto que luego resultará
llamarse Jennifer o Antonia –Toñi para las amigas-, llevará el ombligo
perforado y la espalda tatuada, y su horizonte espiritual será el polígono discotequero
o así.
Pero la imaginación es poderosa.
Y la pluma vuela:
Ninfa espigada
revoloteas entre las mesas
como elegante mariposa.
Tienes aire espiritual
ademanes apocados
mirada un punto glacial.
Un pasado turbio
quizá;
una historia por acabar.
O simplemente
el hartazgo
de la jornada laboral
la desilusión
de un sueño por rescatar;
el hastío del último donjuán
que solo deseaba
tu cama calentar.
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