A mi lado los hijos de la Pérfida Albión trasiegan cerveza y
cigarrillos de cannabis, al sol escaso que enseñorea hoy el otoño levantino.
Sus cuerpos sonrosados, de buen criar
y mejor beber, diríase varados en el bar, que para ellos será low cost o así, como todo el país. Su
habla extraña resuena en las paredes, amplificada por las dosis de alcohol y
ociosidad que a esta hora vespertina preside ya su sobremesa. Las aptitudes son
un poco violentas, un punto imperiales, un mucho excesivas, adornadas de cuando
en cuando con cánticos exaltados y salves a la Queen.
Andamos en venta, en saldo
perpetuo y promocionado, rebajados en cumbres internacionales, planes de
rescate, desgobiernos varios y territorialmente dispersos.
Comprendo que no es tiempo de ser
demasiado escrupuloso con quien paga nuestras facturas y consume nuestro sol y
la sal del viejo mar.
Pero con el filósofo, un regusto
amargo me sube a la garganta y me impregna las vísceras, mientras fumo mi pipa
y entre dientes mascullo “no era eso, no
era eso”.
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