VII.
Revolotean las gaviotas bajas en su vuelo, tocando casi
el mar rizado, empujadas por el viento
invernal que hoy enfría el día, por fin consonante con la estación y el
meteoro.
Miro el paisaje, asombrado por
los caminantes del Paseo Marítimo, que
desafían el tiempo gris y húmedo; varios practican eso tan de moda últimamente,
footing o running o simplemente y mejor correr o andar, pertrechados con
llamativas prendas de color; otros, con las cañas bajo el brazo y las cestas en
la mano, se dirigen a pasar el rato en la pesquera, protegidos por la mole de
cemento del viejo rompeolas, al abrigo del viento de levante que preside la
jornada; los menos, como yo, observan el
romper de la olas y el flamear del viento en las jarcias y los cabos de los
barcos amarrados en los pantalanes del puerto, orquesta sinfónica un tanto
desafinada y errática, pero impetuosa y viva.
Es hermoso el mar en el invierno,
indómito y libre, como siempre fue en los siglos y la historia. Y yo me alegro
por él, patria de los héroes nuestros, tumba de mártires, soldados, civilizadores,
mercaderes, santos, Conrad dixit.
El viejo Mediterráneo.
VIII.
Hijos de la República a mi lado
discuten con razones varias en la lengua de Balzac. Al vuelo consigo comprender
algunas palabras dispersas, traduzco pequeñas oraciones. Al igual que los hijos
de la Pérfida Albión, abundan estos otros colonizadores por el pequeño rincón del Mediterráneo
donde vivo, pazco y crío.
Una invasión silente, ocupación
incruenta, que no adapta costumbres, ni ayunta paisajes, ni hermana vecinos.
Ese aire de superioridad, esa grandeur algo mitigada por repúblicas no
del todo satisfactorias, presidentes procesados, aspirantes perdidos en hoteles
de lujo, entre copas de Laurent Perrier y amantes anoréxicas y lánguidas.
Pero al menos ellos usaron con
diligencia la guillotina y la enciclopedia, esos símbolos de civilización, y
van tirando entre revolución y revolución, algún siglo que otro.
Aquí seguimos perdidos entre
flores de lis deshonradas, princesas del pueblo y héroes balompédicos,
alimentando enanos territoriales, enjuiciando todo para luego no cumplir las
sentencias ni las normas, y trincando a manos llenas. Lo de siempre.
Y aún hay quién niega que España exista. ¡Por Dios!
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