Te conocí una tarde gris y melancólica
en una ciudad al lado del mar
leyendo novelas extrañas
y armando el puzle en
blanco y negro de tu vida.
Nos vimos otras veces en otras ciudades y otras habitaciones
atraídos como los polos opuestos que éramos.
Yo seguía temblando y tú calmabas mi dolor
de hombre amputado.
Un día cualquiera, también gris y melancólico,
desapareciste
y no tuve fuerzas para seguirte.
Dejaste en mí piel el recuerdo de tu ausencia, el frustrado
paraíso de tu mirada
tu imagen vestida de rojo, el pensarte noche y día.
Eras, como diría el poeta, todas las mujeres
y yo ni tan siquiera fui el hombre que merecías.
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