Una nueva carta de don Nicasio, depositada
entre los papeles de su tratamiento. La fecha - enero de mil novecientos
setenta y nueve-, corresponde con el momento álgido de su locura, posterior a
su detención, proceso e internamiento. En ella, escritas a lapicero con
letra casi incomprensible por los diversos médicos psiquiatras que le trataron,
palabras como "delirio", "visiones",
"corregir electrochoque", muestran bien a las claras la fase en
la que por aquél entonces se encontraba. Perdido en su mundo de fantasía e
irrealidad, y soñando con su victima, enterrada ya años antes en el viejo
cementerio que mira al mar, bajo el castaño que ella misma pidió en su
testamento, como si fuera más real que nunca.
"Señora,
Hace tiempo que no empuño la pluma para
hacerle llegar las impresiones, las mínimas palabras que esconden o muestran
–según el caso- los grandes sentires míos, el pálpito de mi vida, la razón de
mi existencia.
No sé si el no hacerlo en tiempo es motivo
de disculpa, y por eso no se las pido –aunque ello provoque en usted enfado o
repulsión-, aún reconociendo que el silencio ha sido provocado voluntariamente
por mí. Al menos en parte. Voluntariamente por dejar pasar los días, y hasta
los meses, sin decirle sin ruborizarme que no hay día, ni minuto, ni siquiera
instante, que no piense en usted, la vea por todos los rincones de mi vida, la
imagine en todos los acontecimientos de mi existencia. A mi lado.
Y también el silencio es culpa mía,
sin dolo ni voluntad, provocado por mi incapacidad para hacerle
comprender, negro sobre blanco, cual es la dimensión exacta de mi sentimiento,
la profundidad de la transformación que su persona opera en la mía, la
buenaventura que es pensarme en usted. Como sabe, emborrono todos los días las
páginas en blanco, con esa letra mía difusa y poco caligráfica, de un azul
intenso en su honor, pero las más de las veces esos folios a medio componer,
esas letras amputadas, esos versos intentados, acaban en el cubo de la basura,
o en el fuego de la chimenea de la sala de los enfermeros, por no ser
merecedores de cantarla, ni ser dignos de ser inspiración suya. Pero lo
intento; siempre. Con su mirada y su sonrisa como faro, como musa, como lejana
inspiración.
Le habrán llegado quizá, o habrá leído mis escritos, los versos
soñados, la notas de la vieja libreta. Quería de nuevo escribir una carta mía, un
desahogo como aquellos que empezaron a salir de mi boca y de mi mano cuando ya
no podía soportar las noches insomnes, compartiendo lecho con la vieja soledad,
coqueteando con los anhelados sueños, las ideas suicidas, los versos rotos…una
carta muy mía en fin.
Pero compruebo con gozo que las palabras
ya no son tan negras, los pensamientos tan funestos, los sentires tan ahogados,
los orgasmos tan solitarios…soy en usted un hombre nuevo.
Y sigo viviendo en su abrazo y en su beso,
pues sólo es esos momentos se calma mi alma atormentada, y mi boca pierde el
regusto amargo de la sangre, la desidia, la desesperanza; a su lado, operada la
transformación mágica de mi vida y mi persona, sigo creyendo en mi, en el mar y
en el amor.
Ese que pese a mi silencio y mi incapacidad,
le sigo profesando como el primer día.
Suyo.
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