domingo, 16 de febrero de 2014

Lecturas y 48, ultimam lectionem

Fue una mañana de viernes
en aquel  triste apartamento
en aquella cama calentada
por nuestros cuerpos
cuando me diste la lección de mi vida.
Pensé que la tenía aprendida
pensé que todo lo sabía
pero fue tu lágrima desbordada
tu amarga tristeza repentina
la que me ensenó
que no hay poder más fuerte
que una humilde palabra.
Es lo que aprendí aquella mañana de viernes
en que fui tuyo
pero no pude -¡bocazas!- hacerte mía.



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