jueves, 27 de marzo de 2014

Lecturas y 59, la cabina.

He venido a Ámsterdam sin ninguna intención.

Tomé el avión sin pensar, invitado por unos compañeros del  despacho; el tiempo mínimo de llenar el equipaje de mano –volamos en low cost claro- con algo de ropa interior, un par de pantalones y unas camisas. Ahora me arrepiento de no incluir prendas de abrigo, pues esta humedad de los canales traspasa todo y le deja a uno helado.

Pero le decía que mis amigos pensaban que me vendría bien un cambio de aires. Ciertamente creía que se equivocaban, pero una vez en el avión tomé la determinación de hacer lo que pudiera para no decepcionarles; una visita libertina me haría olvidar la monotonía y el aburrimiento diario, ese bucle en el que me veo empujado todos los días y sin remedio; quizá usted piense en la crisis de los cuarenta, hombre, cuarentón, entrado en carnes, divorciado, con niños a su cargo. Puede que no le falte razón, pero créame que no pensé en nada, simplemente dejarme llevar. Pero las dos horas del vuelo dan para pensar y decidí hacer algo con mi vida.

He buscado un diamante con el que prometerme a mi regreso. Pero estaba equivocado. La ciudad de los diamantes es Amberes; los de aquí son carísimos, monopolio de judíos poco dados al regateo –y eso que son sefarditas- y a la rebaja.

Olvidadas las joyas, decidí invertir el dinero en diversión, que es lo que aconsejaban mis amigos. Drogas –blandas- y chicas.

Otro fracaso, sabe usted.  En los famosos coffee shops suyos no venden a los extranjeros, y ni tan siquiera pudimos tomar unas copas, el colmo de la hipocresía.

Y en cuanto a las chicas, que quiere que le diga, eso de ver los escaparates en rojo y ustedes insinuándose en ropa interior, a la vista de todos -¡familias incluidas!-  me ha cortado un poco la intención  y la lívido. Ya sé que a estas horas es poco más que atracción turística, pero el hotel nos cae tan lejos que me agoto pensando en volver en la noche propicia para estos menesteres.

Así que ya ve usted, ni diamantes, ni drogas ni chicas, esa trilogía del renacimiento.

Y mañana el vuelo sale temprano.

Si, ya sé que ha pasado el tiempo –un poco caro el suyo me parece, aunque sea usted una diosa escandinava de tan rubia y tan blanca y tan robusta-, y que no he llegado a desvestirme; pensar que del otro lado de la cortina nos espían, como al entrar con todas las calles llenas de cámaras y avisos, y este cuarto tan pulcro y  aséptico que más bien parece apropiado para autopsias que para fornicio, anula mi voluntad, y no creo poder aplicarme como usted merece y cumplirle con devoción. Yo estoy más hecho a los mueblés clásicos y casas de citas de mi pequeña ciudad provinciana, con su madame, su paseíllo, la mesa camilla y esas cosas. Ya sé que no me entiende, pero le quedo muy agradecido por el tiempo y la paciencia.


Quede usted con Dios,  y tápese antes de correr la cortinilla.



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