viernes, 26 de diciembre de 2014

La esquiva Fortuna

La lluvia de millones ha caído con fuerza pero no ha tenido a bien ni siquiera mojar la punta de mis zapatos. Me congratulo con la suerte de mis convecinos, y como todos, trato de buscar algún detalle de la diosa Fortuna en las caras de los parroquianos en mi bar de todas las esquinas.

Millones de euros tienen que dejar a la fuerza algún signo, algún rastro, pese a los asesores y directores de banco especialistas en ocultación; pero no, la humilde parroquia sigue igual en la comunión del  café mañanero  y el  humo fraternal, y me cuesta creer que el panadero que hace un alto en la masa y la madrugada, el quiosquero que se desayuna antes de levantar persiana y periódicos, como el tendero vencido aún por el sueño, o la joven oficinista que retoca su maquillaje frente a la menta poleo, o aquel otro anónimo que ojea el  diario deportivo y trasiega carajillo y coñac, puedan tener la cuenta corriente parida de ceros en estos días de Navidad. Pero alguno tendrá que ser, no huido a las Maldivas, liquidador de hipoteca y asaltador de concesionarios y joyerías.

El ritmo de la vida sigue igual, lento aún de crisis y desempleo; algo notará la ciudad con la sonrisa de la Fortuna, pero tendrá todavía que ser la otra lotería, la emparentada con la decencia, la honestidad, la laboriosidad, la que saque a todos de los malos tiempos, incluso para la lírica.


En todo caso, espero que el refrán sea preciso, y sea afortunado en amores. O sea.



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