IX.
Vuelvo cada día a mi bar de todas las esquinas, atraído no se bien por qué. La monotonía de las costumbres es pesada, insoslayable, inevitable.
Vuelvo cada día a mi bar de todas las esquinas, atraído no se bien por qué. La monotonía de las costumbres es pesada, insoslayable, inevitable.
¿Qué es lo que me lleva al mar?
¿Qué razón o culpa me conduce a la soledad del café?
¿Qué angustia me impide llenar los folios en blanco más que
con sueños irreales, con inconfesables deseos, con inacabados anhelos, con
realidades imposibles?
Cumplo los años y sigo siendo el niño que sueña con ser
hombre, el hombre que aspira a ser
poeta, el poeta que quiere componer versos ágiles y precisos, cantando algo más
hermoso que su mínima historia.
¿Qué es lo que me conduce al mar?
X.
La camarera de mi nuevo bar de
todas las esquinas habla de suerte, de plenos al quince, loterías
premiadas y cupones afortunados, sin
saber que la suerte es labrar la propia iniciativa, el cumplir los sueños aunque
sean pocos e incompletos, mirar la mar, leer
un poema bajo las estrellas, reír en una conversación de amigos, mirar
volar a las gaviotas.
XI.
El borracho de mi bar de todas
las esquinas, que también lo hay en todos ellos, mendiga un cigarrillo mesa a
mesa. Ríe estúpidamente y masculla peticiones que son poco atendidas; no está
el ánimo para aguantar ciertos comentarios, contemplar algunas visiones.
Yo le alargo unas monedas y le
invito a su última cerveza de la tarde, que quizá sea la primera que le
conduzca a dormir plácidamente en los bancos del paseo marítimo o donde termine
sus jornadas alcohólicas y excesivas.
En fin.