Señora
Recibo sus últimas noticias como tormenta
en el desierto, inesperada y violenta, pero predecible por las señales previas
y quizá merecida, en todo caso necesaria. Es de justicia –y alegría- que siga
su vida; alumbrando nuevos despertares con su belleza y la luz de esos ojos de mar que trajo usted
de tan lejos. Yo, pese a soñarla, no tuve esa dicha de amanecida; tan sólo
momentos vespertinos, instantes robados
a su vida y a la mía, paréntesis entre dos existencias que se tocaron en la
intersección cuasi cósmica e irreal
de nuestro encuentro.
Se despide usted con esa mezcla
de elegancia y desdén que la hace más centroeuropea que latina, y que yo tanto
alabé, pues la ofrece a usted única, tan
propia para el enamoramiento ajeno, tan irresistible para mentes imaginativas,
para deseos por concluir.
Marchose usted al norte, en pos
de sus sueños y huyendo de los míos, buscando
quién la mereciera. Y dejando atrás un recuerdo de risas claras y bellas,
alguna lágrima, algunos versos, escasos pero intensos momentos de placer,
descarnadas confesiones, descubrimientos mutuos, confesiones silentes y
hermosas.
La recordaré siempre,
silenciosa y espectral, pero todo carne
y todo sensualidad, y todo sexualidad y todo mujer, sentada mirando al mar,
leyendo aquellas novelas suyas de extraños autores, o en la mesa de su pequeño
piso dónde la descubrí, armando el nuevo puzle de su vida, tarareando las
letras del cantautor cuyo nombre no quiero recordar para no tener la tentación –otra
más- de comprar toda su discografía y oírla en las noches oscuras de la
soledad, el frío y el deseo; esas letras románticas y soñadas pese a que usted
las revestía de la crudeza propia de su existencia.
La conocí al lado del mar, y
puede asegurar señora, que cada vez que lo vea, y en mi postrer momento que
deseo al lado del viejo y sabio Mediterráneo, la recordaré en él, aunque quizá pertenezca ya usted a las
montañas lejanas, a los bosques cerrados y verdes valles donde comienza hoy una
nueva vida. En ellos le deseo lo mejor, y que encuentre a ese alguien que la
merezca como yo no supe hacerlo.
Me congratula dedicarle estas
palabras, y que las oiga y lea como antes soportó mis silencios. Ojalá, ya
sabe, fuera yo un alto poeta, o un pasable literato, para imaginarlas y
plasmarlas como sin duda es deudora de ellas, o en el recuerdo que quizá
merezcamos ambos. En todo caso aquí las dejo, negro sobre blanco, en poética
justicia.
En el deseo y la esperanza que
siendo usted buena lectora, las apreciará con el mismo sentir que las escribo,
con mi antigua pluma estilográfica y mi vieja moleskine,
esas compañeras en las que, en su ausencia, me refugio y alimento.
Cuídese en el mundo y en el
siglo.