Otra carta extraída al azar de los papeles de Don Nicasio; cronológicamente dificil de fechar, pues los datos de localización son imprecisos; muchas navegaciones hubo por mares lejanos, por océanos imprecisos; además, la imagen de su amada aún no le deterioraba el seso hasta el punto de la locura postrera, pues alentaba, o se alegraba -o al menos mentía sobre ello- de su vida ajena a él y a su mundo. Hela aquí:
"Navegando en el confín del mundo,
lejano y solitario lugar quizá aún no hollado por derroteros ni crujías, recibo
las últimas noticias suyas, que serán ya pasadas y caducas, pese al radiotelégrafo
y las ondas que las traen hasta aquí, repetidas por estaciones, barcos y
apostaderos, desde su tierra de acogida, allá en la vieja Europa.
Señora,
me dicen las palabras traducidas
del morse – el radio es compañero de navegaciones antiguas y tiene
instrucciones mías de preguntar a todo barco, estación o antena que cruce en
nuestro horizonte- que se encuentra usted de viaje de estudios, disfrutando de jóvenes
compañías, ampliando sus horizontes, contemplando y admirando bellezas
arquitectónicas, descansando de su vida diaria y laboral. En una ociosidad merecida.
Pese a que la imagino rodeada de
admiradores, requerida en conversaciones y bailes, cuando no alcobas y
desayunos, hago votos por que se encuentre disfrutando de su mundo, ese que la
condujo lejos de mí, y ruégole a los
dioses que la cuiden y mimen como me gustaría hacerlo a mí. Algunas escenas que
imagino no hacen más que hervir mi sangre y mis vísceras, y si tuviera ocasión gritaría y pelearía y
mataría, pero la distancia, sino sensatez, al menos proporciona calma a mi alma y desvarío.
¡Tanto tiempo hace que la vi por
última vez, hermosa de sol y mar!
Su imagen difusa, que la vieja
fotografía que sirve para marcar las páginas de mis lecturas agotando mis ojos
antes de la duermevela no consigue aclarar y definir, me persigue todavía, a
todas horas. Como antaño cuanto la veía todos los días, y oía su risa clara, y
miraba el mundo reflejado en sus ojos de mar, esos que de tanto mirar me
abocaron a la navegación y me hicieron amarla, desearla y admirarla por siempre.
En esa eternidad que es mi vida:
usted.
Espero, como le digo, que siga
feliz; de viaje o en su hogar, siempre feliz y dichosa. Y los sinsabores de su
vida sean para mí, que la guardo desde este confín del mundo en el que navego
estos días luminosos de la primavera austral.
Aunque le confieso que a veces
también me gustaría morderla, amarla, sentirla vibrar, romper todos los tabúes
-¿aún los tiene?-, verla llorar de placer o dolor o éxtasis…
Pero sé que no seré yo quien la
vea así, en las madrugadas de amor y desvarío, que pese a todo, deseo que las
tenga. Debo ser el único enamorado que no quiere aquello de para mí o para nadie, de tanto como la quiero, admiro y cuido.
Siendo estos párrafos descarnados
y sinceros. Quizá los escribo sabiendo que no llegaran a sus oídos; que son
desahogo triste y patético, ni siquiera bien escritos, o simplemente vomitados
por el alma atormentada de un mínimo hombre, errante en un mar cualquiera…
Cuídese señora. Vuelvo al mar y a
las estrellas, vulgares sustitutos suyos, pero ciertos."