He empezado a escribir, con esa
caligrafía mía difusa falta de belleza material –espero que no formal- tan
criticada por quienes se ven en la obligación de leerla, con una vieja Parker 21, estilográfica heredada o usurpada no sé muy bien a quién,
que debió comprarla allá por la década de los años 60 del siglo pasado, según
he podido saber. Tiene por tanto más años que el escribiente que la usa
sorprendido por su belleza, precisión y prestancia, que se conservan intactas quiero
suponer como el primer día.
No sé donde me llevaran los
renglones y párrafos que con ella imagine, de un azul intenso –me permití el
lujo de cargarla con la Royal Blue,
esa tinta de Mont Blanc que lleva el
color del cielo al fundirse con el mar allá en el horizonte o así-. Pero espero
que algunas de las palabras que salgan de su plumín de acero, sean merecedoras
de alguna lectura, comentario o sonrisa aunque sea benevolente.
Algunos dirán que es otro
esnobismo mío, en el siglo de la tecnología, otra extravagancia, un capricho
cualquiera e inútil.
Un tipo que fuma en pipa, usa sombreros, escribe con pluma
estilográfica.
Pero amigos, es que el hábito no
hace al monje pero ayuda a distinguirlo y lo arropa. Y en este tiempo
inclemente, gris, relativo, que nos toco
padecer y vivir, incluso en las pequeñas cosas, es mejor rodearse de amigos
fieles, compañías ciertas, respuestas seguras, valores reales.
Y eso tanto vale para escribir
con una vieja Parker 21, como por ejemplo, votar o no a un político decente
-¿los hay?-, tener una amante paciente y experta, un amigo franco o una ginebra
inglesa.
O sea.